
Recuerdo cuando tu cuerpo desnudo dejó de ser un problema, cuando correteábamos por los pasillos, solamente con unos calcetines. El placer de ser lo que eramos, de compartirlo, de no tener que esconderlo. Supongo que esos desnudos eran un símbolo de otra cosa. No se me mal entienda, el deseo existía, pero era algo ¿espiritual?. Quiero decir que lo que desnudábamos era nuestra alma aún más que nuestros cuerpos. Me estoy liando, no es nada místico. Simplemente hablo de la total ausencia de cargas. Nosotros dos, solos, reducidos a la mínima expresión mientras escapábamos al resto del mundo. Instantes eternos.
Pero todo eso pasó. Los instantes se han perdido y cuando nos juntamos ya no podemos desnudarnos. Llevamos, ambos, todo un mundo de pesos, de quejas, de reproches, de dolores. Por eso esta Madonna. Un dibujo del pintor de la angustia. La angustia que provoca la ausencia, tu pérdida. En cierto modo "el grito" no es más que el reverso de este desnudo perdido. Un cuerpo que se difumina en el silencio de la memoria. Un rostro que cambia gesto por mueca, indescifrable, insondable. Unas manos que ya no se avalanzan para abrazarme.
Te echo de menos. Echo de menos verme con tus ojos. Sueño con desnudarme otra vez junto a ti. Echo de menos que me eches de menos.
1 comentario:
No me canso de ti, nunca ocurrió eso. Acabé fatigada de una relación que sólo tenía sinsabores, en la que cada día compaartíamos menos y nos alejábamos más. En la que nos íbamos comvirtiendo en dos extraños que a veces se querían.
Publicar un comentario