Quien me encontró no era quien debía buscarme, está claro. Por fin, lo asumo, lo escribo. Supongo que nos quisimos tanto que terminamos quemándonos. El problema es que cuando las cenizas se recompusieron no quedó nada de ti allí. Estoy cansado de que me expulsen, de que me rehuyan, de ser tratado como si sentir lo que siento fuera un delito. Me he pasado los días intentando que mi presencia no hiciera daño a nadie, sintiendo que tengo que pedir perdón por lo que hago y no hago, por lo que hacen por mí.
Una vida entera cargando cruces como si pagar por los pecados de los demás fuera a redimirme. Pues muy bien, no me merezco que a quienes cuido y protejo, aunque sea equivocándome, me vuelvan la espalda. Ausencia ha dejado de ser lo que siento para pasar a ser lo que me piden. De acuerdo, un deseo más que concedo. Nunca más. Hasta nunca. Adiós. Si así eres feliz no te pido ni las gracias.
Soy incompatible con tu felicidad. Qué lindo decirle eso a alguien que te quiere, que te ha querido y te querrá. Es precioso que, quién soy ya no exista ni a modo de recuerdo. Me confundes con algo que no soy. Pero yo no pienso seguir peleando para sacarte del error, porque esa que ocupa tu cuerpo me ha demostrado que se puede hacer mucho más daño con algunas verdades que con insultos.
Sólo espero llegar a comprender algún día cómo has podido equivocarte tanto conmigo. Llegar a perdonarte todo lo que tengo que perdonar. Sí, no te sorprendas soy yo el que tiene que perdonar, soy yo el que todo el tiempo tras tu dimisión ha tenido que estar ahí, a la distancia que tú decidieras. Hoy amigo, mañana hasta nunca, conocido, especial, mal recuerdo...siempre presto para acudir a tu llamada, acercándome o alejándome según tú quisieras. Eso no me importaba, se trataba de que tú fueras feliz. Lo que no soporto, es que habiendo actuado así no te molestes por saber cómo me siento. Gracias por hacerme sentir de nuevo que escucharme es demasiado esfuerzo, que el destino de mis palabras es el mismo que el de mis sentimientos: morir ahogados.
Una vida entera cargando cruces como si pagar por los pecados de los demás fuera a redimirme. Pues muy bien, no me merezco que a quienes cuido y protejo, aunque sea equivocándome, me vuelvan la espalda. Ausencia ha dejado de ser lo que siento para pasar a ser lo que me piden. De acuerdo, un deseo más que concedo. Nunca más. Hasta nunca. Adiós. Si así eres feliz no te pido ni las gracias.
Soy incompatible con tu felicidad. Qué lindo decirle eso a alguien que te quiere, que te ha querido y te querrá. Es precioso que, quién soy ya no exista ni a modo de recuerdo. Me confundes con algo que no soy. Pero yo no pienso seguir peleando para sacarte del error, porque esa que ocupa tu cuerpo me ha demostrado que se puede hacer mucho más daño con algunas verdades que con insultos.
Sólo espero llegar a comprender algún día cómo has podido equivocarte tanto conmigo. Llegar a perdonarte todo lo que tengo que perdonar. Sí, no te sorprendas soy yo el que tiene que perdonar, soy yo el que todo el tiempo tras tu dimisión ha tenido que estar ahí, a la distancia que tú decidieras. Hoy amigo, mañana hasta nunca, conocido, especial, mal recuerdo...siempre presto para acudir a tu llamada, acercándome o alejándome según tú quisieras. Eso no me importaba, se trataba de que tú fueras feliz. Lo que no soporto, es que habiendo actuado así no te molestes por saber cómo me siento. Gracias por hacerme sentir de nuevo que escucharme es demasiado esfuerzo, que el destino de mis palabras es el mismo que el de mis sentimientos: morir ahogados.
1 comentario:
Espero que, al menos, guardes la valentía suficiente como para tragarte tus palabras. Ahora ya es muy tarde para decir nada. Estoy exausto de esperar que consideres cuál es el momento oportuno. Siempre tengo que esperar un milagro, que te arrepientas de tus hasta nuncas, no lo hagas. No pretendas quedar bien. Sigue viviendo feliz contigo misma -me alegro de que lo seas-, pero a mí no me hagas participe de falsos arrepentimientos.
Publicar un comentario